Vivíamos -mi familia y yo- camino al río en la última casa en el sendero hacia el Masipedro ruidoso y fresco de entonces. Era yo un muchacho de 8 ó 9 años, y veía pasar a otros niños montando caballos y mulas cargados con un saco a cada lado repleto de arroz recién cortado. Enjutos los niños, de mirada cansada, sucios de fango, sin camisas, comiendo limoncillos o mangos, según la temporada.
Me llamaba la atención la libertad que ellos tenían de andar solos, montados encima de esos fuertes animales, que -luego de depositar su preciosa carga a orillas de la carretera Duarte- regresaban a todo galope, luciendo felices.
Papá era un campesino que decía que no era necesario estudiar, porque «lo que un hombre necesitaba era ser honesto y trabajador»… Yo no aprendí ni la «o», y nunca he pasado hambre, ni ustedes tampoco”, solía responder cuando mamá insistía en que estudiar era nuestra única opción de progreso en el futuro.
Las opiniones de mi padre no las emitía por mala fe, sino por ignorancia, pues él también fue un niño-hombre, que, montado en burros o labrando la tierra, debió invertir el tiempo de jugar y estudiar en trabajar para otros, ya fuese su familia o un particular.
Un día le comenté, al ver pasar a los muchachitos “echando gabelas” al galope sobre los cansados caballos, “así me gustaría a mi correr en un caballo”. Peró él, que no tenía muy buen humor ni vocación de lidiar con niños, fue sentencioso al responder mi deseo: “esos muchachos están trabajando, no como tú, que no haces nada. Ya esos muchachos se ganan hasta un peso por día”.
No dije nada. Pero por vergüenza o por ilusión, me dije: “tengo que conseguir un trabajo, tengo que ganar dinero”. Y así fue como, a esa edad, me atreví a ir a una finca que estaba frente a mi rancho (rancho le llamábamos a la choza de yaguas y varas de Juan Primero o grayumbo que nos servía de hogar), y una vez allí le pedí a Danilo, el encargado, que me diera trabajo.
Miró hacia abajo, a este atrevido cabezón, y sonrió. Me inquirió “¿y haciendo qué muchacho; aquí no hay trabajo para niños”. Pero estaba determinado a obtener “un puesto”. Le respondí: “puedo limpiar la lechería después que ordeñen las vacas, y ayudar a echar la melaza, o moler la yerba en la máquina…”. Imagino que para quitarse de encima mi insistente petición, accedió a darme “un chance”. La paga sería dos pesos por semana.
El orgullo y la emoción eran grande, y deseaba llegar a casa para informarle a mamá y a papá de los resultados de mi diligencia. A mamá porque yo siempre había deseado trabajar para darle dinero que disminuyeran sus penas por las carencias propias de nuestra condición de campesinos pobres, y a papá para que no volviera a acusarme de vago, y obtener algún tipo de respeto de parte de él.
El trabajo duró menos de dos semanas por dos razones: la primera es que mi madre se oponía, y por tanto casi era a escondidas de ella que iba a la lechería a “trabajar”, y dos, había otros muchachos, más grandes o más fuertes que yo, y no me dejaban la vida en paz, amenazándome con darme una paliza en cualquier momento, y lo peor es que nunca supe porqué reaccionaban de ese modo. Y debo confesar que nunca tuve vocación para las peleas, aún cuando debí “emburujarme” más de una vez, y salir airoso de los encuentros.
Para entonces ya estaba picado por el asunto de trabajar, de ganar cuartos. Es así como averigüé del “negocio” de vender periódicos en la Posada Cibaeña. Corría el año 1974, y yo tenía 9 años. Era vacaciones. Conseguí que Guey (Miguel Lené), el responsable de los canillitas que vendían los periódicos El Caribe y El Sol, me aceptara, con la condición de que debía estar a más tardar a las 5 de la mañana en la Posada.
El olor de la tradicional parada era característico en las mañanas. En general olía a naranjas en descomposición, pues la gente las compraba peladas, las comía y en el parqueo siempre había muchos bagazos y los ˜afacones estaban llenos de cáscaras. A seguidas te inundaba el olor a las frituras, sobresaliendo el aroma a orégano mezclado con ajo y bija. Pero en el centro del local, el olor se confundía entre café caliente y jengibre, bebidas que se servían gratuitamente en un inmenso mueble redondo ubicado en el centro de la entrada principal.
El ruido de la gente ordenando al mismo tiempo sus mercaderías, especialmente canquiñas y raspaduras, los billeteros pregonando sus números, los choferes avisando a los pasajeros que ya era hora de partir o el sonido de los platillos y las tacitas para el café que eran esparcidos con una gracia y agilidad de circo, convertían el lugar en un ruidoso carnaval.
Lo peor era en las noches o las madrugadas, pues detrás de la plaza estaba el matadero y las cocinas de las frituras. El grito desgarrador de los cerdos al momento de clavarles el filoso y fino cuchillo, que les perforaba el corazón al animal, por mucho tiempo me dejó sin aliento, pero luego uno se acostumbraba y ya ni siquiera lo notaba.
Convencí a mamá, con la ayuda de papá que insistía que debía dejarme ir a trabajar para que aprendiera a no vagar. Empecé a levantarme en las madrugadas para ir a vender periódicos. Era un lío, porque yo vivía en medio del monte, más alejado de la Posada, y solo. Ellos, los canillitas, se iban en grupo, y vivían en casas de la calle iluminada. Lo primero que hacían era decirme “¿y tú vienes solo por ese camino, donde sale un muerto en la subidita?”. Sentí miedo la primera vez, pero papá lo resolvió convincentemente: “ahí lo que sale es un muerto de hambre”.
Yo era muy activo en la venta de los periódicos. Me daban 10 periódicos: 5 Caribe y 5 Sol; me ganaba 5 ó 7 cheles por eso. Los vendía en seguida y pedía más, pero como yo era el más chiquito, entonces no me daban ni uno más y yo debía conformarme con ganar tan poco dinero. Pero insistía. Y así conocí al dueño de la “franquicia” de esos periódicos en la Posada.
Era Nali, un moreno flaquísimo que vendía puerco asado, un tipo que me llamaba mucho la atención por dos detalles: una uña larga en su dedo meñique izquierdo, y porque se bebía todas las mañanas un vaso de jugo puro de limón agrio disque “para engordar”.
Con mi entusiasmo y responsabilidad logré en algún momento que él me asignara, creo, unos 20 periódicos, y que me pagara un chele por cada uno. Eso era un privilegio, porque hasta ese momento, mis compañeros, afectados por mi dinamismo en las ventas, empezaban a llegar más temprano que yo y me dejaban sin periódicos.
Me hice amigo de Nali, lo cual me permitía entrar al cubículo en que vendía el cerdo asado en puya, y obtenía “cueritos” y «jocicos», acompañados de algún pedazo de casabe. También entablé amistad con Jaime, un joven que vendía uvas, manzanas y peras y me protegía de cualquier “tiguerito peleón” que quisiera molestarme; me hice enllave de Ramón Dotel, que tenía una pequeña casetita de vender discos. El local estaba dotado de un altoparlante en que escuché por primera vez canciones de Silvio Rodríguez (Canción del Elegido), Julio Iglesias o Rafael Colón. Dotel era un trotskista en transición, buena gente y alegre.
Por entonces, uno pregonaba el periódico. Tomaba algún titular y lo voceaba a todo pulmón. Teníamos como algo normal no vocear ningún título que hablara de muertes políticas. Era plena dictadura balaguerista y a lo mejor por eso a mí me inspiraba un poco de temor la presencia del policía de servicio, Víctor se llamaba, y por lo tanto en cuanto notaba que él andaba por ahí, intentaba no hacer mucho ruido, no fuera que le molestara que yo voceara mis periódicos y me impidiera hacer mi trabajo.
Solo se vendían los periódicos El Caribe y El Sol, siendo el primero el más solicitado. Los lectores me preguntaban a menudo por Listín Diario, pero nunca pude conseguir que se vendiera allí, y nunca supe por cuál razón nadie pudo obtener la “franquicia”.
La lucha libre, la lista de la Lotería y el horóscopo eran secciones que la gente buscaba con avidez. Si el lunes salía el resultado de una pelea de Jack Veneno con La Muerte I o II, era venta asegurada, y si tenía alguna foto, mucho más. Entonces pregonábamos “¡Ei Caribe con la lucha!”, o “Ei Soi” con la lista!”. Pero los días en que no había lucha ni lista, simplemente decíamos a todo pulmón: “Caribe y Ei Soi, Caribe y Ei Soi, Caribe…!!
diciembre 27, 2009 at 1:20 pm
Este es un triste y hermoso relato a la vez, Yoni. Me gusta esa forma que tienes de relatar tus historias. Nuestros hijos son privilegiados en comparación a los niños de 30 ó más años atrás, particularmente los niños del campo, pues tienen todas las comodidades, dentro de las limitaciones, que cualquier ser humano necesita para vivir dignamente.
Me gustaMe gusta
diciembre 29, 2009 at 1:39 am
Mientras más te leo, más admiración me causas. Relatos bien hechos y que a la vez nos traen tantos recuerdos de esos lugares donde quizás alguna vez compramos alguno de tus periódicos sin percatarnos de tu presencia.
No todos tuvimos la misma niñez, pero qué bueno fuera si nuestros hijos entendieran que no todo se logra a fuerza de «pedir» o en algunos casos «exigir» lo que de manera alguna se han ganado, mientras otros tantos tienen que ganarse el pan desde pequeños haciendo labores riesgosas para ellos, y que la mayoría de las veces les limita hasta la oportunidad de estudiar, esos mismos que en el día de mañana serán delicuentes producto de nuestra actitud de indiferencia, esos mismos a los cuales les tememos hoy día por haber ignorado ayer, esos a los que nunca quisiéramos ver cerca de nuestras «niñas», aunque sean ya grandecitas,. esos que a cada rato echamos a un lado cuando nos quieren limpiar los vidrios de nuestros autos, sin pensar que están buscando el «pan de cada día» no sólo para ellos, sino talvez para toda su familia.
Qué bueno y qué orgullo que TÚ fuiste una excepción a esos que menciono, y que nunca vieron el muro que tenian frente a ellos, sino que siempre vieron esa «rendija» pequeñita por donde salir hacia una mejor vida. Y LO LOGRASTE!!
Dios te Bendiga y te premie siempre!!
Me gustaMe gusta
diciembre 29, 2009 at 8:56 pm
Yoni, que buena narracion, admiro tu memoria, y lo mejor de todo es que nos transporta sobre todo a los del Cibao a esa parada obligatoria, en nuestra travesia pa’ la capitai, en la Posada Cibaeña.
Esos detalles no los veiamos, solo los protagonistas de la historia conocen lo que hay detras del telon. Y que cosa tan buena ha salido del camino de Masipedro: Tu y otros que no dejaron que las circunstancias los detuvieran en la vida.
Puede ser que algunos de esos niños sin oportunidades, se conviertan en delincuentes menores, pero los mayores delincuentes que tiene el pais ahora mismo son los graduados con honores de nuestras instituciones y del exterior y han convertido el pais en una Zona de Desastre.
Por ultimo cuando leia tu articulo, llego como por arte de magia aquel comercial que decia, «Cada mañanita sale canillita pregonando El solo, El Sol… y en su carita refleja la esperanza de un mundo mejor» Y ahi estabas tu construyendo la patria. Cariños.
Me gustaMe gusta
enero 17, 2010 at 7:02 pm
Solo te puedo decir que eres afortunado porque «has estado en lugares en dónde otros jamás estarán y has vivido cosas que otros jamás vivirán».
O como dice Tony: Se vuelven contra mí las cosas que nunca viví, los olores que nunca sentí, las canciones que nunca escribí…
Tremenda narración, tremenda!
Podría ser llevada al cine.
A ver si Ángel se anima Yoni.
Un abrazo!
Me gustaMe gusta
enero 21, 2010 at 7:58 pm
Tu cada vez me sorprende mas mientra leia estaba metida en ese lugar yo de verdad que pienso que tu deberia escribir un libro por que tiene un buen sentido de narracion me dio un poco de tristesa pero me alegro mucho leer una mas de tu anecdota un abrasos fuerte y que Dios te bendiga.
Me gustaMe gusta
enero 25, 2010 at 3:12 am
Linda y tierna remenbranza de la solidaridad de un nino. Antes los ninos trabajaban para ayudar a sus madres. A proposito de los ninos canillitas, mi esposo me conto que siendo pequeno, su padre lo puso a vender periodicos, para que aprendiera a trabajar. Un tipo lo paro y le dijo «muchachito dame un periodico» y el se lo dio. El tipo se sento en un banco del parque y lo leyo enterito, luego se lo devolvio diciendo «ese periodico no trajo nada bueno» .. Abusador, ni se lo pago.
Me gustaMe gusta
enero 9, 2012 at 8:34 pm
Yoni, gracias estoy de acuerdo con los que dicen que pintas muy bien esas escenas de los arroces, te atreves a hacer alguna edicion de esos relatos……..pedro mendez
Me gustaMe gusta